Comentario
El mosaico (opus tessellatum) comenzó a ser empleado a gran escala como pavimento de diversas estancias a partir del siglo I d. C., sustituyendo a otros tipos, fundamentalmente el conocido como opus signinum, del que en Mérida apenas contamos con dos ejemplos: uno, perdido, en la spina del Circo, y otro hallado en la casa de la calle Suárez Somonte aludida a propósito de las pinturas.
En una primera etapa, las composiciones se realizan de acuerdo con la técnica bicroma, en blanco y negro, y consisten, por lo general, en figuras ornamentales y geométricas. Son los ejemplos que podemos apreciar en la Casa de la Torre del Agua, en la del Mitreo y en la Casa Basílica (primera fase). Más tarde, a comienzos del siglo II d. C., siguiendo con la influencia itálica, que es la que preside la evolución de la centuria anterior, las distintas escuelas musivarias comienzan a adoptar sus rasgos peculiares y, poco a poco, a la técnica bicroma sucede una decidida búsqueda de la policromía, que ya es una constante en la segunda mitad de la centuria. A este período pertenecen los mosaicos del Rapto de Europa, uno con representación del thiasos marino, o el firmado por Seleucus y Anthus, con asuntos nilóticos, el episodio de Belerofonte y escenas de la vida intelectual.
Realmente excepcional es el Mosaico Cósmico de la Casa del Mitreo, posible obra de un magnífico artista de raigambre oriental. Las tonalidades logradas para representar la superficie marina del pavimento emeritense muestran el grado de maestría de su autor, buen conocedor, por otra parte, de concepciones filosóficas vigentes en su época. La representación de los fenómenos de la naturaleza, al modo alegórico, llenan, organizadamente, en registros horizontales, el total de la composición, enmarcando la figura de Aion (la Eternidad) protagonista del conjunto musivo.
El siglo III contempla, en su primera mitad, una repetición de temas ya plenamente fijados en el período anterior, pero se hace perceptible, no tanto todavía en nuestra zona, una influencia oriental, que evidentemente mostraba el Mosaico Cósmico. Ahora serán los temas de carácter báquico los más solicitados a los artífices, no desdeñándose otros casi banales, como la representación de diversas situaciones de la vida diaria, que será una de las corrientes que gozará de gran favor en la centuria siguiente.
La proliferación de villae, al producirse la vuelta al campo, por las incomodidades y problemas que ofrece la ciudad, será el fenómeno más generalizado durante el siglo IV, aunque no faltan numerosas realizaciones musivarias urbanas en Mérida, donde disponemos de varios ejemplos entre los que destacamos uno que plasma el momento en que un jabalí, en veloz carrera, es alcanzado por unos alanos, el de Marianus, cazador, que, con la ayuda de su caballo Pafius, acaba de dar muerte a un ciervo y que constituyen los ejemplos más interesantes de una corriente que, más que africana, responde a la koiné sociocultural que se produce en la parte occidental del Mediterráneo. No faltan temas eruditos, como el de los Siete Sabios juzgando un posible episodio del ciclo troyano, muy en boga por entonces, o mitológicos como el mosaico firmado por Annius Bonius, con la escena de Baco y Ariadna, Orfeo, Belerofonte.
Las mismas características se encuentran en las composiciones musivas de las villae: la caza (Panes Perdidos, Las Tiendas), asuntos mitológicos (La Cocosa, La Atalaya).
La producción musivaria en el ámbito emeritense, quizá la más importante de las que tenemos atestiguadas en Hispania, obra de mosaístas de variada procedencia y personalidad (Barittus, Parthenos, Seleucus, Anthus, Annius Bonius, Dexterus) se enmarca en la corriente de la escuela occidental, donde el peso de la tradición es una constante inextinguible, pero donde también las innovaciones no son en absoluto desdeñadas. De ahí su riqueza y personalidad.